Indemnizaciones de guerra en Polonia*
El Castillo Real, una de las grandes atracciones que Varsovia ofrece a quienes la visitan, sorprende por la riqueza de su arte y de la historia que encierra. Sin embargo, lo que a menudo causa auténtica estupefacción a los turistas es enterarse de que, donde ahora se alza el espectacular edificio, hace 70 años apenas había un montón de escombros. En aquella época, Hitler tenía claro que no bastaba con conquistar Varsovia, sino que era necesario borrar cualquier vestigio de cultura polaca en un espacio físico que él consideraba clave para sus planes de expansión. Por tanto, dio instrucciones concretas de que la ciudad fuera convertida en un lago. Instrucciones estas que fueron obedecidas con germánica disciplina: más de diez mil edificios –mil de ellos de carácter histórico- amén de decenas de iglesias, escuelas y universidades fueron sistemáticamente dinamitadas o incendiadas. Se calcula que en esos días, más de un millón de personas perdieron todo su patrimonio. Verdaderamente, asusta pensar que pérdidas similares se produjeron en muchas otras zonas de Polonia y de Europa. Y llena de admiración el esfuerzo de reconstrucción realizado desde entonces.
Menciono esto porque en las últimas semanas, y en el contexto de las negociaciones que el nuevo gobierno de Grecia mantiene con el llamado “Eurogrupo” –el conjunto de los ministros de Economía de los Estados que tienen el euro por moneda- la controversia sobre las compensaciones por los daños ocasionados por el régimen nacionalsocialista ha recobrado vigencia. Los representantes helenos han amagado con la posibilidad de solicitar el abono de las reparaciones de guerra que, a su juicio, los alemanes les deben y que nunca les pagaron. Como si de un pisotón en el dedo gordo del pie de un gotoso se tratara, estos últimos han reaccionado afirmando que “hay cero posibilidades” de que dichas indemnizaciones sean pagadas, y que el asunto quedó definitivamente zanjado a través de un conjunto de acuerdos que datan de los años 60 y 90 del pasado siglo. Empero, no sólo Grecia se plantea la vigencia de dichas reclamaciones. Hace pocos meses, la primer ministro Ewa Kopacz sacó el tema durante un encuentro con Angela Merkel, quien, según parece, recibió entonces la idea con idéntico entusiasmo al mostrado ahora para con los griegos.
Lo cierto es que la cuestión de las reparaciones por los daños ocasionados a Polonia, que podrían ascender según los últimos cálculos a 845.000 millones de dólares -dinero suficiente para fichar a 8.000 Cristianos Ronaldos- está lejos de ser indiscutida. El 23 de agosto de 1953 se firmó el llamado “Acuerdo de Londres sobre la deuda alemana”, que en su momento supuso un auténtico acicate para la recuperación de la economía germana. Mediante dicho tratado, diecinueve países -entre ellos España- acordaron una quita del 62,5% sobre la deuda que Alemania mantenía hacia ellos. Pues bien, ese mismo día, el Gobierno polaco realizó una declaración unilateral, en cuyo art. 5 podía leerse: “con el fin de contribuir al problema alemán, y reconociendo que Alemania ha afrontado ya en un grado importante sus obligaciones de reparación de guerra, el Gobierno polaco renuncia al pago de las indemnizaciones debidas a Polonia con fecha 1 de enero de 1954”. Las declaraciones unilaterales de los Estados son fuente de Derecho Internacional, y su obligatoriedad no se discute. Sin embargo, sí surgen dudas sobre si la citada renuncia afectaba a Alemania en su conjunto o sólo a la entonces llamada República Democrática Alemana, toda vez que la citada declaración se realizó en el contexto de otro instrumento -el llamado “Entendimiento URSS-RDA” de 23 de agosto 1953- y en estrecha relación con él. Surgen igualmente dudas sobre la legitimidad de la decisión de un gobierno polaco directamente influenciado por la URSS. También es controvertido el hecho de que una renuncia realizada por el Gobierno pueda o no obligar a los particulares afectados por los daños. Por ende, tampoco es pacífica la interpretación en el sentido expuesto de posteriores tratados como el de “Normalización de Relaciones de 1970”, el llamado “2+4” entre las dos Alemanias y las cuatro potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, o el de “Buena Vecindad y Colaboración de 1991”, en el que se apoyan aquellos que entienden que las deudas están extinguidas.
Así las cosas, e independientemente de que las reclamaciones griegas y polacas puedan o no estar fundadas, lo cierto es que las probabilidades de que alguna vez transciendan del debate teórico y se traduzcan en pagos contantes y sonantes no parecen grandes. La actual Alemania es una gran potencia, y como a menudo sucede, tanto entre naciones como entre personas, la Política pone límite al Derecho.
* Artículo publicado en POLSKA VIVA de marzo de 2015